La empresa se llama Abyss y en ella se fabrican las muñecas sexuales más realistas del mundo – anatómicamente hablando – según sus creadores. Los ojos pintados a mano tienen un realismo sorprendente y el tacto, sin dejar de ser goma, es suave y poroso. Se conocen comercialmente con el nombre de RealDoll y su valor oscila entre 4.000 y 8.000 dólares dependiendo del nivel de personalización (pueden llegar a costar hasta 50.000 $).
Hay versiones masculinas que no son tan solicitadas. “Tenemos desde el cliente que te dice ‘hazme algo bonito’ hasta el que quiere el pezón de un determinado tono y 45 grados hacia afuera de la teta”, explica Michael Wilson, jefe de producto.
A una de estas muñecas le salen cables por el cuello y está conectada a un iPad. Ella es la nueva muñeca Harmony, la primera equipada con inteligencia artificial. Mueve las cejas, la boca, mira y gira la cabeza.
Pero la novedad está en el cerebro, una aplicación en la que el usuario puede programar qué tipo de personalidad quiere para la muñeca. A través de la inteligencia artificial, Harmony irá conversando y aprendiendo sobre los gustos del usuario.
“Vamos a darle al cliente herramientas para crear su propio personaje”. La cabeza Harmony costará 8.000 dólares y se puede montar sobre cualquier cuerpo de RealDoll.
En términos de ayudar contra la soledad puede ser de gran ayuda. “Te va a permitir experimentar en tu casa con tus propios límites. Puede ser bueno en un sentido que des salida a cosas que no puedes hacer en el mundo real”.
Pero al mismo tiempo puede derivar en dependencia. “Sabemos, desde el Tamagochi, lo fácil que es para los humanos hacerse adictos a la tecnología. Si se expande a los robots sexuales tenemos problemas. Igual que hay adictos a la pornografía, el potencial para la adicción al robot y para la psicosis es muy real”.
Por último, alerta del concepto perverso del sexo que puede provocar en algunas personas. “El sexo no es algo que una persona le hace a otra. Tiene que haber reciprocidad. El robot sexual sale de una caja. Te vas a acostumbrar a que haga y diga lo que quieras y eso no es el mundo real”, apunta Grout. “Hay que reconocer que este es un terreno desconocido y peligroso que no sabemos dónde nos lleva”.
“La inteligencia artificial puede ser peligrosa si le damos control sobre los recursos militares, por ejemplo. Si le das el poder de hacer daño a la gente. El Ejército puede ser peligroso, no esto. Esta chica no le va a hacer daño a nadie”.
Fuente: Selecciones.com